SINOPSIS



Vestigios que vamos dejando en una pantalla, obedeciendo a una necesidad interior de comunicar, de no archivar en el olvido, de ser gratos con lo vivido y con lo que queda por vivir





viernes, 13 de septiembre de 2013

VIDA EN COMBI


Nos lleva a nuestros destinos en un santiamén, nos deja muy cerca de adonde vayamos, pasan muy seguido, por lo general allí se hace respetar el asiento reservado. Así, uno termina "amando" esta línea.
Nos puede llevar muy apretados, se pasa luces rojas, su velocidad es escalofriante, sus frenadas dolorosas, su desconsideración con los otros conductores y peatones, sus "baje rápido", "suba rápido" en tono de capataz del cobrador... Así también uno puede terminar "odiando" a la "C".

Para quienes no conozcan Arequipa, la"C" Monterrey es una línea de transporte público que recorre la ciudad prácticamente de polo a polo pasando por lugares estratégicos que son parte de nuestras rutinas.
Pues bien, en esta línea que esperamos diariamente y que  nos trae idas y venidas, en su interior también se viven historias de pánico,  de prisa, a veces de solidaridad.

 Ayer por ejemplo, luego de pasarse una luz roja que evadió atravesando un grifo a riesgo de cualquier cosa y emprender la huida, llegó a un paradero al que subió un anciano ebrio y al que el chofer quiso botar arrancando y haciéndolo caer, el señor hizo equilibrio, logró subir, sentarse cerca del chofer para empezar a gritarle muchas verdades que yo no me atreví a decirle cuando se pasó el semáforo. Yo estaba conforme, alguien tenía que poner en su sitio al conductor y a la cobradora que festejó la infracción. Era un dime y un direte de alto calibre entre los dos iracundos personajes hasta que el joven chofer detuvo la unidad, se levantó con furia y arremetió contra el anciano que no se había callado hasta entonces. Y como  un coro sincronizado pero de voces eufóricas empezó la protesta de los pasajeros en contra del chofer quien alcanzó a agarrar con violencia al anciano y a punto de golpearlo sin piedad. Sin embargo, dentro de esas voces protestantes también se encontraban dos señoras que justificaban al conductor. Pero la fuerza de solidaridad con el anciano fue más fuerte y el iracundo desistió y continuó la marcha.  Unos minutos después silencio total, mientras los pasajeros bajaban y otros subían, parecía que el anciano se había quedado dormido.

Minutos más tarde este señor se bajó y pude ver su mirada sumisa, asustada, de anciano incomprendido y de  mirada angustiada. Seguía el camino. Minutos y kilómetros más, un policía detuvo el carro. Un joven habría denunciado el hecho y nos hicieron esperar un buen rato mientras que el oficial interrogaba al chofer y a  la cobradora, la cual cambiaba la versión de los hechos.

Me detuve a observar al muchacho denunciante, me avergoncé por no ser valiente como él; pero también me dio gusto de que hayan personas que no son simples espectadores de los hechos o personajes secundarios, también hay gente valiosa que se necesita en todo tiempo y en todo lugar. Donde esté este chico le doy gracias por la lección de aplomo y de inconformidad.